jueves, 25 de agosto de 2016

Era de noche cuando sucedió. El lugar era... sencillo, pero a su vez extraño, como en esas fotos con el contraste al máximo que dejan los colores opacos, sin brillo, sin tonalidades, sin sombras ni luces. Estaba en el campo, detrás de mi casa y me acompañaba mi padre, ¿Cómo habíamos llegado ahí a esa hora de la noche? No lo sé.

El cielo era completamente negro, negro mate. No azul oscuro, ni gris, negro. No había luna ni estrellas, ni siquiera nubes. La tierra era un extenso campo sembrado de trigo, de color arena, sin tonalidades. Era una noche fría, sin viento.

Sin hacer ruido, del trigal salieron dos lobos completamente negros, de hermosos ojos dorados. Se trataba de un lobo macho con su cría. Eran absolutamente hermosos, rodeados de un aura mística y sin embargo, ante tal belleza, infundían temor. Sentí mucho miedo, pero no el miedo lógico a ser devorado o herido que puedes sentir al estar frente a un animal salvaje, era un miedo que calaba hasta lo más profundo de mi alma. Sentí que esos animales podían hacernos mucho daño, más allá de algo físico pero, ¿Cómo podían dañarnos? Todavía me lo pregunto.

Y entonces supe que debíamos actuar, que debíamos ser rápidos y atacar primero, porque si no lo hacíamos, ellos iban a hacernos mucho daño.

Todo sucedió muy rápido y de forma inexplicable, pero de pronto mi padre estaba atacando al lobo más grande, lo tenía en el suelo, golpeándolo con un pesado trozo de madera, y el lobo sangraba. Sangraba y gemía mientras miraba a su cría. Y yo, yo tenía atrapado al lobo más pequeño, estaba aplastándolo mientras éste aullaba intentando escapar de mí para ayudar a su padre. Pero no podía, mi agarre era demasiado fuerte.

Los matamos. Al ver esa escena, sentí asco de mí misma, desesperación, temor, desolación, ¿Cómo pudimos hacer algo tan atroz?, ¿Cómo pudimos exterminar algo tan hermoso, tan místico?, me sentí morir. Y sin embargo, la amenaza de los lobos era innegable. Ellos iban a hacernos daño, sin lugar a dudas.

La noche se tornó helada, y mi corazón latió desesperado cuando abrí los ojos. Había sido una de esas pesadillas que te hacen despertar temblando y con una sensación horrible en el pecho, como si algo estuviera aplastando tu corazón.

Tardé un largo rato en dormir, y por la mañana, la pesadilla seguía vívida en mi mente, y las sensaciones que ésta me había provocado, también. Exalé el aire que había estado conteniendo mientras recordaba, la pesadilla había sido inquietante, y no queria recordarla. Había algo perturbador en lo que había soñado, y no quería indagar más en el tema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario